LUNES 8 DE NOVIEMBRE
EL PODER LIBERADOR DEL PERDÓN
• Lucas 7: 48 •
Cuando Jesús estaba en la casa de un fariseo, una mujer se acercó a él llorando y lavó sus pies. Sin duda habrá sentido vergüenza, ya que los ojos de Simón le comunicaban a todos los presentes que era una pecadora y que Jesús no tenía razón alguna para permitir que lo tocara.
En verdad era una pecadora. Tenía motivos para sentirse realmente avergonzada. Pero no por mucho tiempo.
Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados» (Lucas 7:48); y cuando el resto de los invitados comenzó a murmurar, volvió a alentarla en su fe diciendo: «Tu fe te ha salvado, ve en paz» (Lucas 7:50).
¿De qué manera Jesús la ayudó a pelear contra los efectos paralizantes de la vergüenza? Dándole una promesa: «¡Tus pecados han sido perdonados! Tu fe te ha salvado. Tu futuro será de paz». Declaró que el perdón en el pasado le daría paz en el futuro.
Por lo tanto, todo lo que ella debía hacer era depositar su fe en la gracia venidera de Dios, basada en la autoridad de la obra perdonadora de Jesús y en su palabra libertadora. Así es como cada uno de nosotros debe luchar contra los efectos de la vergüenza merecida que amenaza con permanecer en nosotros por mucho tiempo y paralizarnos.
Debemos presentar batalla contra la incredulidad aferrándonos a las promesas de la gracia venidera y la paz que provienen del perdón por nuestros actos vergonzosos.
· «Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado» (Salmos 130:4).
· «Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca. Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar» (Isaías 55:6-7).
· «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
· «De este dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre»
(Hechos 10:43).
No importa si la obra de perdón de Dios pertenece al pasado, o si habrá nuevo perdón en el futuro; en ambos casos el quid de la cuestión es el poder liberador del perdón de Dios con miras hacia nuestro futuro: libertad de la vergüenza. El perdón está lleno de gracia venidera.
Cuando vivimos por fe en la gracia venidera, somos libres de los efectos persistentes y paralizantes de la vergüenza merecida.
MARTES 9 DE NOVIEMBRE
LA SALVACIÓN DE PABLO FUE PARA NOSOTROS
• 1 Timoteo 1: 16 •
La conversión de Pablo fue para nosotros.
Debemos tomar esto de un modo muy personal. Dios nos tenía en mente cuando eligió a Pablo y lo salvó por medio de su gracia soberana.
Si creemos en Jesús para vida eterna —o si todavía pueden creer en él para vida eterna— la conversión de Pablo fue para nuestro beneficio. Es para hacer la increíble paciencia de Cristo vívida para nosotros.
La vida de Pablo antes de su conversión fue una larga, larga prueba para Jesús. «¿Por qué me persigues?», preguntó Jesús. «¡Es a mí a quien persigues con tu vida de incredulidad y rebelión!». Dios había escogido a Pablo antes de su nacimiento. Por lo tanto, toda su vida hasta ese momento había sido una gran seguidilla de injurias contra Dios, un prolongado rechazo y una constante burla al Jesús que lo amó.
Por esa razón, Pablo dice que su conversión es una demostración brillante de la paciencia de Jesús. Y esto es lo que él les ofrece hoy.
Fue por nosotros que Jesús lo hizo de la manera que lo hizo. Para «demostrar toda su paciencia» a nosotros. Para que no nos invada el desánimo. No vaya a ser que pensemos que en realidad él no puede salvarnos. No vaya a ser que pensemos que es propenso a la ira. No vaya a ser que pensemos que hemos ido demasiado lejos. No vaya a ser que pensemos que aquella persona que amamos no puede convertirse —de pronto, en el momento menos esperado, por la soberana y superabundante gracia de Jesús—.
MIÉRCOLES 10 DE NOVIEMBRE
FUIMOS HECHOS PARA DIOS
• 1 Samuel 12: 22 •
A menudo el nombre de Dios hace referencia a su reputación, su fama, su renombre. Usamos la palabra nombre con ese sentido cuando decimos que alguien se está haciendo de un nombre. Lo mismo sucede cuando hablamos del renombre de un producto determinado. Lo que queremos decir es que la marca es muy conocida. Creo que eso es lo que quiere decir 1 Samuel 12: 22 cuando afirma que Dios ha hecho a Israel «pueblo suyo» y que no lo desampararía «a causa de su gran nombre».
Este concepto acerca del celo de Dios por su nombre se confirma en muchos otros pasajes.
Por ejemplo, en Jeremías 13: 11 Dios compara a Israel con un cinturón que él eligió para resaltar su gloria, pero que resultó ser inútil por un tiempo. «Porque como el cinturón se adhiere a la cintura del hombre, así hice adherirse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá —declara el Señor— a fin de que fueran para mí por pueblo, por renombre, por alabanza y por gloria, pero no escucharon». ¿Por qué Dios escogió a Israel y lo hizo como una prenda de vestir para sí mismo? Para que le fuera «por renombre, por alabanza y por gloria».
En este contexto, los términos honra y gloria indican que la palabra nombre tiene el sentido de fama, renombre o reputación. Dios escogió a Israel con la finalidad de que el pueblo hiciera una reputación para él.
Dios declara en Isaías 43: 21 acerca de Israel: «El pueblo que yo he formado para mí proclamará mi alabanza». Cuando la iglesia se vio a sí misma en el Nuevo Testamento como la verdadera Israel, Pedro describió el propósito de Dios para nosotros de este modo: «Pero vosotros sois linaje escogido... a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2: 9).
En otras palabras, Israel y la iglesia son escogidos por Dios con el fin de dar a conocer el nombre de Dios en el mundo.
JUEVES 11 DE NOVIEMBRE
HIJOS DE UN DIOS QUE CANTA
• Marcos 14: 26 •
¿Pueden oír a Jesús cantar?
¿Sería un bajo o un tenor? ¿Habría quizás un gangueo en su voz? ¿O tendría un tono cristalino y sostenido?
¿Será que cerraba sus ojos para cantarle al Padre? ¿O acaso miraba a sus discípulos a los ojos y les sonreía con profunda camaradería?
¿Sería él quien solía empezar la canción?
¡No veo la hora de escuchar a Jesús cantar! Creo que los planetas se sacudirían hasta el punto de salirse de sus órbitas si él elevara su voz de origen en nuestro universo. Pero nosotros tenemos un reino inamovible; por eso, Señor, ven y canta.
No podría haber sido de otro modo: el cristianismo es una fe que canta. Su fundador cantaba. Él mismo aprendió a cantar de su Padre. Seguramente han estado cantando juntos antes desde la eternidad.
La Biblia dice que el objetivo de las canciones es «alzar la voz con alegría»
(1 Crónicas 15: 16). No hay nadie en el universo más alegre que Dios. Él está infinitamente gozoso. Se ha regocijado desde la eternidad en el panorama de sus propios atributos reflejados perfectamente en la deidad de su Hijo.
El gozo de Dios es poderoso más allá del límite de nuestra imaginación. Él es Dios. Al sonido de su voz se crean galaxias. Y cuando canta motivado por el gozo, se desprende más energía de la que existe en toda la materia y el movimiento del universo.
Si Dios nos da canciones para desatar el deleite de nuestro corazón en él, ¿no será porque él también sabe cuánto gozo trae el desatar el deleite en sí mismo de su propio corazón por medio de las canciones? Somos un pueblo que canta porque somos hijos de un Dios que canta.
VIERNES 12 DE NOVIEMBRE
EL GRAN INTERCAMBIO
• Romanos 1: 16-17 •
Necesitamos justificación para ser aceptables delante de Dios. Pero no la tenemos. Lo que tenemos es pecado.
Dios tiene lo que necesitamos y no merecemos —justicia—. Nosotros tenemos lo que Dios aborrece y rechaza —pecado—. ¿Cuál es la respuesta de Dios ante esta situación?
Su respuesta es Jesucristo, el Hijo de Dios que murió en nuestro lugar. Dios carga en Cristo todos nuestros pecados y el castigo por nuestras transgresiones recae en él. En la obediencia de Cristo hasta la muerte, Dios satisface y revindica su justicia y nos la concede (atribuye). Nuestro pecado recae en Cristo y su justicia en nosotros.
No podríamos hacer más énfasis en el hecho de que Cristo es la respuesta de Dios. Todo se lo debemos a Cristo.
Nunca podremos amar a Cristo excesivamente. No podremos pensar en él en demasía, ni agradecerle exageradamente, ni depender de él con exceso. Toda nuestra justificación, toda nuestra justicia, está en Cristo.
Este es el evangelio: las buenas nuevas de que nuestros pecados recayeron en Cristo y sobre nosotros su justicia; y que este gran intercambio se lleva a cabo en nosotros no por obras sino por fe solamente.
He aquí las buenas nuevas que quitan la carga de nuestras espaldas, nos dan gozo y nos hacen fuertes.
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